Aunque esta noche se está sintiendo aventurero, el perro evita, por las dudas, la algarabía de los muchachos. Huele algo raro. Es un olor que viene, sin duda, desde el circo, gateando entre los pastos.
¿Puede, algo que huele, no ser liebre, ni chancho, ni vizcacha, ni humano?
¿Puede, algo, oler de esta manera, y seguir siendo algo?
Husmea, el perro, hurga entre las matas, busca un rastro, una hierba, cualquier cosita que lo oriente, que le aplaque el desconcierto.
Tironeado, esclavizado por su hocico, borda en la oscuridad su propio mapa de la angustia. Se para y, aquí y allá, deja caer algunas gotas, haciendo un nudo en el sendero.
Al perro, todo en aquella mancha que se dibuja contra el cielo le resulta atractivo. Y, también, todo en ella le da miedo. La sombra de la lona... Las luces como fuego...
Pero lo peor, y lo mejor, es -para el perro- ese olor extranjero.
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CTC