¿PROGRAMADO PARA MATAR?
por José Miguel Álvarez Gil, 8/10/2013
La posibilidad de hipnotizar a alguien para que cometa un asesinato, bien sea con un objetivo criminal o político, se convirtió en tema recurrente del cine casi desde su nacimiento. Piénsese en el malvado Doctor Mabuse de Fritz Lang o en el hipnotizador David Korvo de la película Vorágine de Otto Preminger. La Guerra Fría proporcionó un nuevo contexto donde insertar esta temática en películas de espionaje y política nacional. Tanto es así, que lo reflejado por Hollywood no era fruto solo de una fuente literaria sino de todo un programa de investigación científica que contaba con el apoyo de los servicios de inteligencia norteamericanos.
El mensajero del miedo (John Frankenheimer, 1962). © Metro-Goldwyn-Mayer Studios Inc.
En 1962 se estrenó la primera versión de El mensajero del miedo, película dirigida por John Frankenheimer que contaba con actores de la talla de Frank Sinatra, Laurence Harvey o Angela Landsbury. Estrenada en plena Guerra Fría, al mismo tiempo que se producía la crisis de los misiles, la película cuenta cómo un soldado de la Guerra de Corea regresa a casa para recibir la máxima condecoración del Congreso de EEUU por su heroísmo. Poco a poco se va dando cuenta que tanto él como sus compañeros sufren pesadillas y tienen extraños comportamientos. Fruto de esas pesadillas se inicia una investigación donde poco a poco se descubre que el protagonista ha sido sometido a un lavado de cerebro, siendo víctima de una conspiración internacional con el objetivo de que cometa un acto criminal que pueda influir en la política de los Estados Unidos. No vamos a desvelar mucho más de la trama, aunque en realidad resulta demasiado enredada, carente de toda lógica y no exenta de cierta paranoia conspirativa, al menos en sus últimos veinte minutos finales. En realidad, la película tiene valía por sus actuaciones, por reflejar una temática que tuvo su auge durante los años de la Guerra Fría, y por mantener una trama muy bien llevada por actores y guionistas hasta casi el final. [En 2004, Jonathan Demme hizo un digno remake de esta película.]
El mensajero del miedo (The Manchurian Candidate), Jonathan Demme, 2004:
¿Se puede lavar el cerebro a una persona para que cometa todo tipo de actos, incluso un asesinato?
¿Se puede programar el cerebro de una persona por medio de la hipnosis para que cometa cualquier acto de forma involuntaria?
A principios de los años 50, millones de americanos empezaron a hacerse estas preguntas cuando pudieron ver al cardenal húngaro József Mindszenty, con una cara que parecía de hipnotizado, confesar imperturbable todos los crímenes de los que se le acusaba por el gobierno estalinista. Lo siguiente fue ver a cientos de soldados norteamericanos que habían sido capturados por el ejército norcoreano firmar declaraciones en donde se autoinculpaban de todo tipo de crímenes, además de solicitar la retirada de las tropas americanas de la guerra y denunciar el uso de armas bacteriológicas. La opinión pública en los Estados Unidos no salía de su asombro, más si cabe cuando muchos de estos soldados seguían manteniendo las mismas opiniones después de haber regresado a sus hogares. «¿Qué les han hecho a nuestros muchachos?», se preguntaron muchos.
En 1950, un periodista vinculado a la CIA, Edward Hunter, empezó a publicar toda una serie de artículos y libros sobre las técnicas empleadas en los regímenes estalinistas para conseguir el 'lavado de cerebro' [brainwashing] de una persona, expresión que empezó a usarse por primera vez entonces.
En 1951 se creó el proyecto ARTICHOKE que se convertiría, bajo el mando de Allen Dulles, director de la CIA, en la Operación MK Ultra, con el objetivo de obtener métodos que lograsen el control de la mente humana. Desde el principio, se financiaron numerosas investigaciones en distintas universidades y centros de investigación para lograr, casi siempre mediante la hipnosis, las descargas eléctricas y el uso de drogas como el LSD, fines relacionados con el espionaje en la Guerra Fría. Básicamente tenían tres objetivos: conseguir obtener todo tipo de información de los espías capturados, poder crear espías incapaces de revelar secretos y, finalmente, crear soldados programados, capaces de ejecutar un asesinato en un momento determinado y sin saberlo conscientemente. Estos últimos serían los 'candidatos de Manchuria', título de la novela de Richard Condon publicada en 1959 (The Manchurian Candidate). A este proyecto se destinaron muchos millones de dólares con el fin de ganar la Guerra Fría en el campo del espionaje. Sin embargo, a mediados de los años 60, ya se habían cancelado muchas investigaciones por los escasos -y a menudo contraproducentes- resultados obtenidos.
Al principio se pusieron tantas esperanzas en la hipnosis que incluso el propio Morse Allen, miembro de ARTICHOKE, acudió a un curso impartido por un afamado hipnotizador de Nueva York. Impresionado por las enormes posibilidades de la hipnosis, comenzó practicando con sus secretarias. Los resultados fueron más que aceptables, al lograr que una intentara asesinar a su compañera siguiendo sus órdenes. Sin embargo, una cosa era hipnotizar a una secretaria, condicionada por su jefe y la confianza que depositaba en la institución donde trabajaba, y otra muy distinta hipnotizar a alguien, programarlo para cometer un crimen y conseguir que finalmente lo llevase a efecto. No todos los sujetos eran buenos candidatos para ser sometidos a estas técnicas y nunca estaba claro si al final serían capaces de cometer el acto para el que habían sido programados, teniendo en cuenta que a la hora de ejecutarlo podrían estar a miles de kilómetros de distancia de su hipnotizado. ¿Quién sería la persona que diese la orden entonces? ¿Y si actuaba al oír por casualidad la frase clave en un momento poco adecuado? Una cosa era someter a hipnosis a un individuo para que a continuación cometiese un acto y otra muy distinta poderlo programar, dejando sus facultades intactas, para cometer un crimen en un momento preciso. Como señaló John Gittinger, director del MK Ultra: «No se puede predecir el control absoluto de un sujeto; cualquier psicólogo, o cualquier psiquiatra, o cualquier predicador, tiene un control relativo sobre ciertos individuos, pero no puede predecir jamás sus reacciones; he ahí la cuestión». Intentar, parece que se intentó, pero John Marks, autor de En busca del candidato de Manchuria, donde documenta todas estas investigaciones llevadas a cabo por la CIA, no confirma que se lograra nada definitivo de estos proyectos. Incluso parecía que había métodos más sencillos para que un asesino matase a alguien sin que a continuación revelase ninguna información en caso de ser capturado. Los 638 intentos de asesinar a Fidel Castro por la CIA así lo demuestran. Lo intentaron todo, aunque no tuvieran ningún éxito.
Lo cierto es que muchas de estas investigaciones se llevaron a cabo con métodos poco ortodoxos, incluso para la época. Doctores como Ewen Cameron no dudaron en aplicar a sus pacientes la privación sensorial durante semanas, lo cual, unido a la estimulación con electroshocks y la administración de drogas sedantes, acababa provocando episodios de amnesia irreversibles sin que, por otra parte, la enfermedad a tratar (la esquizofrenia) pareciese remitir. Estos intentos de modificación de la conducta mediante la deconstrucción de la personalidad resultaban muy agresivos y con pocos resultados pero la CIA estaba muy interesada en su financiación. Tampoco tuvieron resultados el 'suero de la verdad' y la aplicación de las mismas técnicas estalinistas a un ruso en el caso Nosenko. Este ex-espía, que estuvo 1277 días sometido a aislamiento e interrogatorios, no llegó a revelar ninguna prueba concluyente. Como la CIA no tenía claro si Nosenko decía o no la verdad, las técnicas estalinistas no resultaron.
Pero entonces ¿cómo consiguieron los soviéticos que el cardenal Mindszenty confesara cualquier crimen o que los soldados americanos apresados en Corea firmaran aquellas declaraciones? Harold Wolff, neurólogo y amigo personal de Allen Dulles y su colaborador en la Universidad de Cornell, Lawrence Hinkle, se pusieron al frente de un grupo de investigación que recabó todo tipo de información, especialmente de antiguos miembros del KGB que conocían perfectamente las técnicas a que eran sometidos los detenidos y de los propios torturados. En 1957, «Wolff y Hinkle mostraban en su trabajo que las técnicas soviéticas se basaban en una presión física y psicológica constante y abrumadora, sin más, que incidía sobre todo en los aspectos más débiles de la estructura humana, lo que les valió la enemistad de los responsables y los hombres de la CIA más derechistas, como Edward Hunter, que preferían fantasear con supuestas técnicas de condicionamiento basadas en las que Pavlov había experimentado con sus perros», concluye John Marks.
Resumido, el método era el siguiente: el preso era sometido a un riguroso aislamiento en su celda, sin que pudiera tener ningún tipo de comunicación con nada ni nadie. Durante este aislamiento, a menudo se le obligaba a mantenerse de pie, se le despertaba en medio de la noche y los guardianes le pegaban sin motivo alguno. Al cabo de unas semanas comenzaban los interrogatorios mientras un preso, totalmente agotado, veía a su interrogador como la única persona que le hablaba en mucho tiempo y, deseando acabar con todo, acababa por firmar cualquier cosa. Al detenido se le consideraba culpable, solo era cuestión de tiempo que acabase firmando su confesión, lo cual se conseguía en unas semanas en la mayoría de los casos según aseguran ex miembros del KGB. El método no trataba de revelar la verdad, el único objetivo era que el detenido firmase su confesión.
La Guerra Fría alentó a muchos escritores a escribir obras que parecían casi ciencia-ficción. La idea de un asesino programado ha sido recurrente en el cine durante décadas. En 1965, Michael Caine es sometido a un lavado de cerebro mediante ondas en Archivo confidencial, de Sidney J. Furie. En 1977, en Teléfono, un siempre duro Charles Bronson tendrá que descubrir a la persona que está activando a los asesinos programados, que la Unión Soviética tiene diseminados por los Estados Unidos. ¿Pura paranoia de la Guerra Fría? Sin duda, pero la idea de un candidato de Manchuria daba mucho juego para que la industria del cine no le sacara partido. Sin embargo, la mente humana sigue siendo mucho más compleja y su control parece menos fácil de lo que muchos quisieran.
Fuente original: http://biblioteca.ucm.es/blogs/PsicoBlogos/8008.php#.UnovE3AyKFt
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